El fuero de
Logroño:
El conde García Ordóñez (también
conocido como 'el crespo de Grañón' o 'el enemigo malo del Cid') y su esposa
Doña Urraca pusieron todo el empeño en repoblar y engrandecer La Rioja.
Prueba de ello fueron los Fueros que el rey Alfonso VI concedió a Logroño en 1095,
una vez rehabilitada la villa tras el saqueo del Cid.
El fuero significaba, entre otras
cosas, un estado jurídico favorable a la repoblación y al
incremento de la artesanía y el comercio, una situación de privilegio que
concede franquicias y exenciones a los ciudadanos, pasando de ser
villanos a la condición de franqueza o libertad de comparar bienes y disponer de
ellos comercialmente, así como la independencia
de otro señor que no fuera el Rey.
ALFONSO VI
El fuero lo firmó el rey Alfonso,
estando en Alberite con su mujer, el 9 de Febrero de 1095. Su
concesión a Logroño no fue en absoluto casual ni arbitraria:
Logroño había cobrado una importancia estratégica singular y habiendo aumentado
notablemente su población, a la par que crecía el continuo flujo de peregrinos
que frecuentaban el camino desde su desvío por tierras riojanas. La
política europeísta de los monarcas navarros fue seguida y reforzada por
Alfonso VI, quien cuidó con esmero el camino jacobeo en general
y en particular a su paso por La Rioja desde Logroño hasta Grañón, con la
especial ayuda de dos personajes de excepción, Domingo de la Calzada
y Juan de Ortega.
Gracias a los artesanos,
constructores y comerciantes (judíos muchos de ellos) que se iban estableciendo
en la villa al amparo del fuero, ésta pasó de ser una aldea a situarse a la
cabeza de las poblaciones del camino. En apenas cien años, a la primera rúa
(vieja) montada sobre los taludes del río se añadieron la rúa mayor y otras, paralelas
siempre al río, y pronto se construiría una cerca, un castillo
y torreones a ambos lados del puente para hacer frente a las
urgencias defensivas, por su carácter fronterizo con Navarra.
También se levantaron Iglesias a
San Blas y San Salvador, San Gil, a Santa María (la Redonda), y a Santiago, de las
cuales hoy sólo nos queda una pequeña cripta y, tal vez, restos de la
cimentación y de la antigua muralla en la actual Iglesia de Santiago.
Monarcas posteriores concedieron
a Logroño otros privilegios, como la exención de portazgos en todo el reino,
excepto en Toledo, Sevilla y Murcia, otorgada por Alfonso X el Sabio y
confirmada por otros 11 monarcas. Alfonso VIII, el de las Navas de Tolosa,
nacido en Nájera, había concedido a la villa el privilegio de que los rebaños
de Logroño 'pudieran pastar libremente en todas las hierbas que hubiese en sus
reinos'. Recordemos la importancia económica que tienen en estos siglos las
merindades, la trashumancia, las cañadas reales, el comercio de la carne y de
la lana, etc.