Cuenta Waldo Giménez Romera en su crónica de la provincia de
Logroño, acordaros que antes de ser LA RIOJA éramos la provincia de Logroño.
Fue. Strabon, que puede
decirse echó las bases de la geografía histórica, es el primero que da alguna
luz respecto á la población del territorio que nos ocupa, y dice textualmente
en su libro III que «los griegos lacones venidos de Sicilia á España, se
avecindaron en una parte de la ahora llamada Cantabria.»
Esta aseveración es preciosísima, pues al mismo
tiempo que descubre el origen de la población, sienta el preliminar para venir
en conocimiento del verdadero nombre del país de Logroño. Efectivamente, esos
leucades ó luconios, llamados también por Estabón y otros escritores, grunios ó
gronios, fueron los que dieron el nombre á la Luconia de los historiadores
romanos, á la Ruconia del tiempo de los godos, á la actual Rioja, y á su
capital Lucronium ó Logroño. Esta idea, que no había podido ser establecida
hasta que al fin del siglo último fue hallado por el abate Giovenazzi en la
Biblioteca Vaticana el fragmento del libro XCI de Tito Livio, no ha sido
debidamente esclarecida hasta estos últimos años en que un hombre muy amante de
las glorias de su país, D. Ángel Igualador, se propuso hacerlo, dejándonos
pruebas convincentes de ello en la parte dada á luz de sus Discursos críticos
sobre las antigüedades geográfico-históricas de la Rioja que la temprana
muerte del autor no permitió concluir.

No importa que solo suene rara vez en los
historiadores latinos el nombre antes expresado de Leucada ó Luconium. El
pasaje de T. Livio á que antes hemos hecho referencia, prueba evidentemente que
esta población famosa llevaba como cognomento principal el de Contrebia ó
Cantabria, y siendo esto indudable, queda igualmente demostrado que cuanto se
refiere en los historiadores á la expresada Cantabria, se sobreentiende ser de
Leucada. Veamos antes de pasar más adelante el pasaje del historiador romano:
Deproeter quam urbem (Contrebiam quae Leucada
appellatur) oportunissimus ex veronibus transitus erat in quamcumque regionem
ducere (Sertorio) exercitum statuisset. Lo que quiere decir en castellano:
«Cerca de aquella ciudad (Contrebia, apellidada Leucada) había un paso
oportunísimo para los berones, á cuya región convenía (á Sertorio) conducir su
ejército (contra Pompeyo y Metelo.»
Ahora bien: no cabe género de duda de que
esta Contrebia es Cantabria: Veleyo Paterculo y Sexto Aúrelio Víctor la nombran
de esta última manera, y aun así figura en las ediciones antiguas de Valerio
Máximo. El Gerundense en su Paralipomenon Hispaniae, y Lope García de
Salazar en sus Bienandanzas y fortunas declaran que leyeron en dichas
ediciones Cantabria, diciendo ser esta la del cerro cabe ó junto á Logroño. En
estos tiempos en que no había mas que manuscritos, tales declaraciones son de
gran peso, pero no son ellas solas las que hay en apoyo de esta idea.
Estrabon confirma la existencia de Cantabria como
cercana al paso del Ebro, diciendo que uno de sus extremos estaba pegado á las
casas de Varia. M. V. Marcial lo corrobora llamándolo vado apausado del Veron, situado
entre dos montes (Joar y Laturce ó Clavijo), y Plinio lo testifica diciendo que
era un obstáculo insuperable para navegar rio arriba desde Varia las
embarcaciones mercantiles.
Y hablase en la crónica de Alfonso VI de sus gentes:

Distinguíanse los cántabros
por su ruda y agreste ferocidad. Intrépidos y belicosos, de génio indomable y
levantado ánimo, contentos y bien hallados entre la fragosidad de sus bosques,
en guerra siempre con otras gentes por sostener su independencia, negábanse
estos montañeses á toda transacción y aun á toda comunicación con los demás
pueblos. Su furor marcial llenó de terror á cuantos intentaron su conquista.
Servíanse de una especie de escudos llamados peltas,
y de armas ligeras como el venablo, la honda y la espada, armas propias de
gente que necesitaba de agilidad para sus correrías por las montañas. Los jinetes
tenían acostumbrados sus caballos á trepar por las montañas, y al modo de los
astures, no menos guerreros que ellos, solían montar dos jinetes en un mismo
caballo para poder combatir á pié y á caballo cuando el caso lo requiriese.
Hacíaseles insoportable la vida sin el arreo de las armas, y cuando la falta de
vigor los inutilizaba para la guerra, preferían la muerte á una vejez que tenían
por desdorosa, y la buscaban precipitándose de lo alto de una roca.